Ventanas

Es una noche hermosa.
Si bien las nubes no me dejan ver la luna, (que por otro lado ni si quiera sé si se vería sin nubes ya que padezco absoluto desconocimiento de las fases lunares, evidentemente la dieta de la luna no ha hecho mella en mi, cosa por otro lado notoria).
Pero vuelvo a la rama principal, después del recorrido periférico: si bien no hay luna, (o al menos lo la veo), la noche es preciosa. Tengo un retazo de Buenos Aires ante mi, que, asomada a la ventana desde este piso diez, (que si jugara a la rayuela sería el cielo pero cómo no juego no es), me pierdo entre luces y ventanas, jugando a adivinar y fabular historias, y creanme, tengo algunas que son fantásticas.
Este ejercicio, el de fabular historias ajenas, me lleva a algunas fábulas anteriores. Me veo en una plaza observando, viendo quién entra y sale de una casa cercana, mientras me pierdo es esos ojos que no debieran haberme mirado nunca, pero lo hicieron, (y más de una vez).
"Ella lo engaña" llego a decir, "El lo sabe", me contestan. La fábula solo ha empezado. Desde nuestro banco solo vemos que "El", nuestro observado protagonista, sale rumbo al coche, del que no recuerdo ni el color y mucho menos el modelo, cargando un bulto en el baúl.
"Es Ella!", gritamos al unísono, y nos miramos, y nos perdemos nuevamente, yo en esos ojos que, insisto, no debieron haberme visto jamás y los ojos se pierden en la noche, que recuerdo hermosa aunque no pueda especificar si tenía luna, si ésta estaba llena, o menguante, o tal vez la lluvia ya se veía venir y las nubes lo tapaban todo.
Años después, desde mi piso diez, vuelvo a imaginar historias, veo por las ventanas y mis personajes se aman, se odian, se matan, se perdonan, se aman...
Y Buenos Aires se abre inmensa ante mi, (o al menos un pedacito), y se me hace enorme... y me asusta y encanta, y me ama, me odia, me mata, me perdona, me ama...